Simplemente es así. Así de imprevisible e inoportuno. Te das cuenta en el momento en que te acostumbras. A desquererte. A redimirte. A reventarlo todo como en aquella canción de Silvia Penide. Te acostumbras a ordenar todas las putadas en una cajita por si intentan pegártela otra vez.
El silencio a todo volumen. Te acostumbras a gritarlo todo demasiado bajito, en un lenguaje que su músculo izquierdo ha dejado de entender. O que quizás nunca haya comprendido del todo. Tampoco importa eso ahora. Tú te dejas. Enrojeces poco a poco. Y cuando por fin has tocado fondo, vuelve a colarse de puntillas. A ver si suena la flauta o cualquier estribillo ñoño que no necesite cordura. Y tú estás harta de perder el culo por nadie. O por alguien. O por alguna estupidez que no parezca común al resto. Empiezas a sentir el frío de quedarse en pelotas por diecinueve cosas bonitas y quinientas excusas baratas y reciclables. También a eso te acostumbras. A prescindir de todo, incluso de ti misma. Porque cuando tienes cosida una parte de tu vida, cualquier hilo inestable te transforma. Simplemente es así. Las chinchetas se transforman. Y te acostumbras. Te acostumbras tanto, hasta tal punto, que pelarte la cabeza es sentirte más bonita que nunca.
"Besarte sería genial si tuviéramos un buen plan... Un amalgama de palabras, de esas que te emocionan al hablar..." Lantana.