miércoles, 30 de abril de 2008

Dosificarte


Voy a comprarme una patata de segunda mano, de esas que se llevan ahora en el lateral izquierdo para ser calentadas y precalentadas; una y otra vez, pero a pedazos. Como contigo, que siempre tengo que andar dosificándote. Voy a meter mano a las palabras para ver si así, alterando un poco sus sentidos, dejan de limitarse a un único verbo. Porque me ahogo. Tengo un nudo de razones por las que quererte al comienzo del esternón que aprieta fuerte si te tengo a menos de un metro. Aprietas... y diluir el oxígeno en efervescente es la única manera de no atragantarse con las palabras que dejas en el aire.
No es fácil, a veces, intentar estabilizar lo inestable. Pero tampoco lo es desestabilizar el vicio de acordarme de ti una y mil veces cada día, y desestabilizarme yo misma al darme cuenta de que todo tiene que ver contigo y nada es imprescindible cuando te veo por un rato. Mi único pulmón menguando por momentos. Y yo, muriéndome de frío... helándome el alma al ver arder los barrotes que difícilmente frenan ahora mis impulsos cardíacos. Directamente a los tuyos, aunque tú sigas sin ser lo suficientemente consciente de ello... A veces me pregunto hasta qué punto merece la pena atravesarte. Atravesarte con la mirada para que no te des cuenta de que lo estoy haciendo con el corazón. Y partirte en dos. Guardarme una mitad para esos días en los que prefieres no dejar huella, que suelen coincidir con los días en los que más falta me haces. Es inevitable. Supongo que ver más allá de lo que se tiene a escasos centímetros implica que todo lo demás carezca de importancia. Dosifico... la respiración aguanta cuando te echo de menos, lo complicado es cuando te echo de más, y de más, y de más...

“No debí sobrevivir cada pausa de noticias, ¿qué esperabas tú de mí? Adorando las reliquias sin sentido, los recuerdos nunca son si no son compartidos... No debí disimular una vez que descubrí que no me quería marchar, que quería estar ahí...” Tiza.

sábado, 12 de abril de 2008

Sinsentido


No, gracias. Me quedo. Prefiero quedarme ahora que ya entiendo el sinsentido de tu lógica. Prefiero que me engañes. No me importa, de verdad. A estas alturas puedo hacer que no me importe. Que haga daño pero que no duela. Porque me lo haces, lo sabes ¿no? Sí, claro que lo sabes. Lo que pasa es que tú también tienes la manía de hacer que no te importa. Supongo que es una cuestión de principios, que acostumbrarse a cometer un allanamiento de morada en tu cabeza un impar de veces al mes es acostumbrarse a ti. El resto del tiempo la función es siempre la misma. No hay cambios de escena; tú, tú, tú. Ni de atrezo. Yo sigo vestida de títere, como siempre. Como alguien que enreda su vida en los hilos de cualquier otra. Cualquiera menos la tuya. Como dejando que sean tus hilos los que manejen los veintiún gramos que quedan de mi cordura. Ahora pesa más el alma de otras cosas... Y no me importa. Prefiero pensar con el corazón y sentir con la cabeza. Y quedarme con el sinsentido de tus maneras. Que se te despeinen los nervios en el último momento y pretendas contarme la verdad con tu mentira más sincera. No me importa, de verdad. Últimamente me engañan hasta las pestañas. Pesan más que nunca porque he firmado un pacto con ellas para no echarte de menos. Pero me parece que no puedo dejarlo. Me parece que no quiero dejarlo. ¿Cuánto cuesta un te quiero? Te lo compro.

"Cada vez que respiro se te hincha un pulmón... que importa perder o ganar, o reír o llorar si al final me paso el invierno esperando a que pases a verme y no sé bien si besar o matar, o quemarnos vivos en el sofá..." Luis Ramiro.