Voy a comprarme una patata de segunda mano, de esas que se llevan ahora en el lateral izquierdo para ser calentadas y precalentadas; una y otra vez, pero a pedazos. Como contigo, que siempre tengo que andar dosificándote. Voy a meter mano a las palabras para ver si así, alterando un poco sus sentidos, dejan de limitarse a un único verbo. Porque me ahogo. Tengo un nudo de razones por las que quererte al comienzo del esternón que aprieta fuerte si te tengo a menos de un metro. Aprietas... y diluir el oxígeno en efervescente es la única manera de no atragantarse con las palabras que dejas en el aire.
No es fácil, a veces, intentar estabilizar lo inestable. Pero tampoco lo es desestabilizar el vicio de acordarme de ti una y mil veces cada día, y desestabilizarme yo misma al darme cuenta de que todo tiene que ver contigo y nada es imprescindible cuando te veo por un rato. Mi único pulmón menguando por momentos. Y yo, muriéndome de frío... helándome el alma al ver arder los barrotes que difícilmente frenan ahora mis impulsos cardíacos. Directamente a los tuyos, aunque tú sigas sin ser lo suficientemente consciente de ello... A veces me pregunto hasta qué punto merece la pena atravesarte. Atravesarte con la mirada para que no te des cuenta de que lo estoy haciendo con el corazón. Y partirte en dos. Guardarme una mitad para esos días en los que prefieres no dejar huella, que suelen coincidir con los días en los que más falta me haces. Es inevitable. Supongo que ver más allá de lo que se tiene a escasos centímetros implica que todo lo demás carezca de importancia. Dosifico... la respiración aguanta cuando te echo de menos, lo complicado es cuando te echo de más, y de más, y de más...
No es fácil, a veces, intentar estabilizar lo inestable. Pero tampoco lo es desestabilizar el vicio de acordarme de ti una y mil veces cada día, y desestabilizarme yo misma al darme cuenta de que todo tiene que ver contigo y nada es imprescindible cuando te veo por un rato. Mi único pulmón menguando por momentos. Y yo, muriéndome de frío... helándome el alma al ver arder los barrotes que difícilmente frenan ahora mis impulsos cardíacos. Directamente a los tuyos, aunque tú sigas sin ser lo suficientemente consciente de ello... A veces me pregunto hasta qué punto merece la pena atravesarte. Atravesarte con la mirada para que no te des cuenta de que lo estoy haciendo con el corazón. Y partirte en dos. Guardarme una mitad para esos días en los que prefieres no dejar huella, que suelen coincidir con los días en los que más falta me haces. Es inevitable. Supongo que ver más allá de lo que se tiene a escasos centímetros implica que todo lo demás carezca de importancia. Dosifico... la respiración aguanta cuando te echo de menos, lo complicado es cuando te echo de más, y de más, y de más...
“No debí sobrevivir cada pausa de noticias, ¿qué esperabas tú de mí? Adorando las reliquias sin sentido, los recuerdos nunca son si no son compartidos... No debí disimular una vez que descubrí que no me quería marchar, que quería estar ahí...” Tiza.