A pesar de todas mis intenciones, sigues sin haber cambiado nada. Me cuesta creer que a estas alturas pretendas que todo siga igual. Igual que antes, mucho antes de llegar a conocerte del todo, aunque a veces pienso que nunca llegaré a hacerlo. Eres como una de esas cajas llena de sorpresas que nunca sabes lo que guardan dentro, ni siquiera tú lo sabes, y me asusta encontrarme con algo a lo que siempre he temido... perderte. Aunque si abro bien los ojos, mi mirada más sincera puede ver que cada día que pasa te alejas más de mí. No es así como yo percibo el concepto de permanencia, pero si te soy sincera, tampoco me interesa que cumplas tus promesas. Y es que no me basta poder abrazarte si no te puedo tocar, poder darte un beso si no lo voy a sentir... No me bastan tus palabras si no las voy a poder escuchar siempre que las necesite. Tampoco me basta tener el vacío lleno de falsas ilusiones, y tú ni si quiera te das cuenta...
Dices que esperar es siempre la mejor medicina, pero yo siento que el tiempo se congela, que se niega a perderte en la memoría junto a tantos otros recuerdos inalcanzables a día de hoy... y yo soy incapaz de templarlo, quizá porque tampoco quiero que seas un rasguño más con el que llenar el típico baúl de los recuerdos.
Podría intentar desengancharme de ti regalando cada una de estas palabras a quien de verdad las valorase y, sin embargo, hace no mucho alguien me enseñó que un clavo saca a otro clavo, pero no a una chincheta de color, de esas que se cuelan hasta el fondo y acaban rompiendo tu corazón en mil pedazos. Supongo que ahora lo único que queda es intentar que destiña el color de ese príncipe que nunca fue azul.
"No ves que bestarte el alma no me basta, es más, me subasta. No ves que no puedo poner precio a cada una de las letras que insinuan un te quiero." Ana Vázquez.